Uruguay, entre sombras de ocultamiento y la renuncia del canciller

En la caricatura, varios políticos, disimulados en trajes oscuros, se esfuerzan por esconder una variedad de objetos incriminatorios como celulares, papeles y pantallas de chat.


Por Javier López (Periodista Freelance) para Salto al Día


En el escenario político uruguayo resuena con fuerza la práctica de la "tapadita", un término coloquial que evoca la imagen de una gestión que, en lugar de enfrentar sus problemas, opta por esconderlos bajo la alfombra. Este modus operandi no es nuevo en el país; ha sido una constante, una sombra que se ha extendido más allá de las ideologías y los partidos, oscureciendo el panorama político nacional con cada revelación.

Los gobiernos del Frente Amplio, que en su momento se presentaron como portadores de una nueva era de transparencia y equidad, se han visto empañados por acusaciones de amiguismo, clientelismo y una falta de claridad que golpea la confianza de aquellos que depositaron su voto esperando cambio. La ironía de su situación actual es palpable: aquellos que criticaron en su día los mismos vicios que ahora les son atribuidos, se ven encadenados a las mismas prácticas que prometieron erradicar.

La renuncia del canciller, un acto que debiera ser un mecanismo de responsabilidad política ante el escándalo del otorgamiento de pasaportes a figuras cuestionables, se tiñe de una sospecha de miedo y evasión. ¿Es acaso un reconocimiento tácito de fallas sistémicas o una maniobra para desviar la atención de problemas más profundos?

El caso de la exvicecanciller Carolina Ache se suma a este entramado de evasiones. Su temor, palpable ante la posibilidad de desafiar al statu quo, es reflejo de un sistema que parece castigar la transparencia y recompensar la opacidad. Ache, en su momento clave, ha optado por el silencio en lugar de la denuncia, una elección que habla volúmenes de la presión y el ambiente dentro del aparato gubernamental.

Y en el centro de esta tormenta se encuentra Roberto Lafluf, asesor presidencial cuyas acciones han sido descritas como un complot para mantener en las sombras ciertas verdades incómodas. Lafluf, con sus gestiones y su influencia, simboliza el lado oscuro de la política, aquel que maniobra en la penumbra para alterar la percepción pública y proteger intereses particulares.

Este patrón de ocultamiento, esta cultura de la "tapadita", es un lastre que amenaza con hundir la credibilidad del gobierno uruguayo. La acumulación de incidentes, de secretos y medias verdades, no solo pone en duda la capacidad de gestión del actual gobierno, sino que también mancha la historia política reciente del país.

Uruguay se encuentra en un momento crítico, en el que puede elegir entre continuar el legado de opacidad o tomar un camino más recto hacia la transparencia y la rendición de cuentas. La ciudadanía uruguaya merece un gobierno que no se esconda detrás de cortinas de humo, sino que enfrente con valentía y honestidad los retos y las críticas. De lo contrario, el país podría sumirse en un ciclo vicioso de desconfianza y cinismo, donde la verdad se convierte en la víctima más prominente.

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